Sonreír antes de volar, de Dulce María Díaz Mendoza

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Albert aprendió a sonreír para sobrevivir; algo inusual le tocó vivir.
Su vida se truncó de forma inesperada, haciendo de él un niño rebelde de emociones e introvertido de actitudes. En estos momentos de ver la vida con otra sintonía, llega a su vida una persona llamada Isabella, que se convertirá en su amiga inseparable. Ante su desesperación e introversión, su amiga le enseña a sonreír para espantar el mal y seguir explorando la belleza de la vida. Muy pronto tuvo que aprender que lo importante es abrazar la vida una vez más, pase lo que pase. Albert hace una gran reflexión y dice: «Soy yo, yo soy; da igual que tenga pelo, esté calvo, me vista de payaso o de la Unión Deportiva Las Palmas, SOY YO, el niño que un día entró por la puerta del hospital a luchar contra su adversidad llamada enfermedad; y el nombre que más da. Lo importante es abrazarla, luchar y continuar».
Se dice que los niños nacen artistas; pues Albert nació artista y creció siendo valiente. Gran camino labró al caminar y grandes vivencias, anécdotas y aprendizaje compartió en su andar. Este niño extraordinario, aprendió a volar en libertad, a sonreír a carcajadas, a deambular entre las nubes y a atrapar las estrellas; siendo una estrella la que lo transportó a un lugar privilegiado, donde sonreír será la mejor opción. A su mamá, papá y hermana la providencia divina les hizo grande el corazón para atrapar todos los recuerdos, vivencias, amor, esencia, abrazos y sonrisas. Pues con el corazón grande, lleno de tantas cosas bellas, serán indudablemente grandes personas.

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